Nos puede tocar a cualquier conductor, a cualquier hora y en cualquier carretera. En cualquier momento y lugar podemos ser llamados a soplar en un alcoholímetro o a dar una muestra de nuestra saliva, ambas incluso, para confirmar que cumplimos con una de las reglas del tráfico: que nuestras capacidades necesarias para conducir permanecen intactas.
En 2019 (último año del que hay estadísticas consolidadas), uno de cada cuatro accidentes mortales en carretera fue por el alcohol, la segunda causa de siniestro solo por detrás de las distracciones. Ese año, uno de cada tres conductores fallecidos en siniestros viales había consumido alcohol u otras drogas.
“Por su valor disuasorio, las pruebas de alcoholemia y drogas contribuyen a reducir el número de accidentes, fallecidos y heridos en las carreteras. La capacidad de vigilancia es fundamental y es inversamente proporcional al número de accidentes: a más vigilancia, menos siniestros”, explica Paula Márquez, subdirectora adjunta del Observatorio Nacional de Seguridad Vial de la DGT.
Y de hecho, uno de los objetivos estratégicos recogidos en la Agenda 2030 es “reducir a la mitad el número de lesiones y fallecidos en siniestros viales también relacionados con el consumo de alcohol, así como los relacionados con sustancias psicoactivas”.