Gran parte de los avances en el mundo de la automoción tienen el objetivo de aumentar la seguridad de los usuarios: desde el cinturón de seguridad hasta las nuevas ayudas a la conducción (ADAS).
El desarrollo del coche autónomo no es sino la culminación de ese proceso llamado a erradicar el error humano de la conducción; tanto es así que se calcula que, en un hipotético futuro en que no existan conductores sino únicamente vehículos autotripulados (y en que, dicho sea de paso, conducir en persona sea tipificado como delito, según vaticina Elon Musk), la cantidad de accidentes se reducirá en un 90%, porcentaje que corresponde justamente al error humano.
A nadie se le escapa que, antes de llegar a este escenario cercano en principio al ideal, habrá un periodo dilatado de tiempo en que forzosamente tendrán que compartir carretera los vehículos 100% automatizados, otros que lo sean en una medida inferior y aquellos que sigan conduciendo personas de carne y hueso.
Ese estado de cosas guarda una estrecha relación, además, con el desarrollo de infraestructuras viales inteligentes, conectadas y preparadas para los vehículos autónomos que, aunque nadie se atreve a precisar cuándo serán una realidad, todo el mundo da por hecho que constituyen el futuro indiscutible de la movilidad.